jueves, 14 de junio de 2007



Con su pelo recogido, el paso incierto y la vista desahuciada, Mary La Rubia avanza por las calles de El Fanguito esquivando obstáculos, con dos refrescos en la jabita, un par de pesos que se ganó por el mandado y una sonrisa que no desaparece de su rostro ni siquiera cuando describe la casucha de tablas y cartones donde sobrevive, en esta favela habanera que levanta sus miserias a orillas del río Almendares, en pleno centro de la capital cubana.
Mary no recuerda bien el año en que llegó al Fanguito. Pero de una cosa está segura: "Fue antes de este gobierno", es decir, medio siglo atrás. Ahora tiene 75 años y colecciona enfermedades, pero hubo un tiempo en que era Mary La Rubia, joven y bonita. "Tenía tremendo cuerpo y un pelo por aquí", asegura coqueta señalando las caderas. Eran los tiempos en que Mary La Rubia dormía en el asiento trasero de un carro abandonado. Los dados del destino nunca rodaron a su favor.

Con una pensión de 200 pesos al mes (ocho dólares), Mary, en lista de espera para operarse de cataratas, llega a fin de mes gracias a la ayuda de los vecinos. "Lo que me hace falta es que me den algunos materiales para que no me moje cuando me operen; por la frialdad", se lamenta.

Considerado un barrio marginal, El Fanguito alberga hoy a unos mil vecinos, aunque el aterrizaje ilegal de nuevos pobladores desequilibra el rigor del censo. Desde 2002, el Comité Internacional para el Desarrollo de los Pueblos, una ONG con sede en Italia, trabaja en colaboración con las autoridades locales para mejorar las condiciones de salud ambiental en la zona y mitigar así las frecuentes inundaciones, la proliferación de fosas desbordadas o el vertido de aguas residuales a un río que almacena todo tipo de desechos y tóxicos.

Como Mary, muchos pobladores del Fanguito tienen techo para cobijarse siempre y cuando no llueva, porque las casitas de tablones asimétricos y cartones podridos no aguantan ni un aguacero. Erigido en una vaguada, el asentamiento parece diseñado para anegarse a la mínima de cambio.

´Cinema Paradiso´

Hace unas semanas, la polvorienta plazuela del barrio se vistió de fiesta. El Fanguito se transformó durante una hora en una suerte de Cinema Paradiso. Gracias a la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, se proyectó el documental El Fanguito, de Jorge Luis Pérez, rodado en 1990. En primera fila, una pila de niños boquiabiertos. Atrás, los adultos, comentando cada fotograma, reconociendo a los suyos, rebobinando su memoria del subdesarrollo.

Todos coinciden en que el barrio ha mejorado gracias a algunas obras puntuales, pero sobre todo por el esfuerzo personal de cada cual, como Ismael, alias Dundo, que nació en El Fanguito hace 43 años y se hizo su propia casa de mampostería al tiempo que iba teniendo hijos.

Pero hay otros para los que El Fanguito sigue igual. Como una mujer a la que llaman La China, que malvive en un tabuco lleno de chismes inservibles, vigilados a conciencia por un rottweiler intratable. Es la zona donde los vecinos conviven con puercos, gallos, patos, chivos y otros animalitos de dudosa higiene, donde el olor nauseabundo de las fosas sépticas se hace insoportable.

La zona donde se apiñan casuchas como la del barbero Ernesto, oriundo del oriente de Cuba, como casi todos en El Fanguito, y uno de los que no se quieren marchar: "El Fanguito y Cuba para mí es la misma cosa, yo quiero que me den materiales para la casa, pero no quiero irme". O como la de la taquillera de cine María, que daría cualquier cosa por mudarse a otro lugar: "El personal que había antes era muy violento, después vino la salida del 80 (la crisis de Mariel) y muchos elementos antisociales del barrio se fueron para siempre. Pero todavía hay casas de juego ilegales y droga; la vida aquí no es fácil". O como la de Mercedes, cuyo esposo lleva 15 años en una microbrigada de construcción a la espera de un apartamento que nunca llega.

Entre tanto desasosiego, hay también voces optimistas, que no ven nada malo en vivir en una favela. "Si estamos en el centro de la ciudad, a un paso del Vedado y otro de Miramar", comenta Ramón. Y Horacio, su vecino, le mira con cara de resignación. En su llavero guarda Horacio una de esas historias que nadie creería por temor a morir de un ataque de realidad caribeña. Mientras cuenta la historia de la llave que lo empujó al Fanguito, juega con una puerca de buen tamaño que pasará por los fogones el próximo 23 de diciembre, cuando Horacio cumpla 58 años. Porque en El Fanguito, a pesar de todo, también hay un tiempo para la celebración.